martes, noviembre 08, 2011

Jazz, amores y odios.

No me canso de insistir en que cuando hago música suspendo cualquier pensamiento o razonamiento teñido por mi oficio de psicoanalista. Toco la trompeta y me relaciono con otros para hacer música justamente para salir de esa esfera, poder comportarme libremente, y que me traten como un muchacho cualquiera del barrio.
Esta vez me ocupo de algo que linda peligrosamente con mi supuesto saber. Pero vuelvo a insistir que voy a opinar como lego, despojándome de cualquier pretensión profesional.
Se trata de las complicaciones en las interacciones entre los músicos. A veces me pregunto si la situación difiere para un instrumentista que puede tocar solo, como un pianista, o un guitarrista. Pero para quién toca un caño, como en mi caso, se depende totalmente de la posibilidad de juntarse con otros.
Hubo un período en que las bandas formaban grupos cerrados, que ensayaban sistemáticamente juntos, y tocaban cuando podían, siempre con el mismo personal. Entonces el tipo de cultura grupal era tribal, y cualquier defección podía ser percibida como una tración, y un reemplazo una tarea casi imposible. Aunque algunas bandas siguen con esa modalidad, las nuevas generaciones tienen una actitud mucho más abierta, y los músicos permutan con facilidad. Los grupos no duran demasiado, a veces se juntan simplemente para una tocada, Tampoco se ensaya tan sistemáticamente, no por una falta de compromiso, sino porque el nivel técnico les permite presentarse en público sin tanto ensayo. Esto puede tener un paralelo con el nivel profesional, en que se concertan las fechas agenda en mano, y a veces se debe tocar a primera vista, y sin ninguna preparación previa.
Pero aún en la aparente promiscuidad de la no pertenencia rígida a una sola banda, las negociaciones entre músicos siguen estando plagados de inconvenientes y malentendidos. A veces pienso que ocurren los mismos problemas que en la vida amorosa. Aparecen códigos parecidos en términos de a quién se invita. Si se llama por teléfono, o se mandan mensajitos, signos de ser demandado, o de ser dejado de lado. Si se convoca o si se es convocado...en fin sufrimientos parecidos a los que padecen los amantes. Opino que la nueva cultura es mejor, y permite mucha más interacción. Pero en lugar de la establidad matrimonial, se instala la precariedad de las aventuras.
De todos modos, hay que aceptar que el tener que involucrarse en la pequeña política implicada en la asocición musical, es un elemento vital que también da gratificaciones...¡a veces!
La vida nunca es fácil...

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