Egle Martin /20 de Junio/ en Vaca Profana. (Bs.As)
Esta vez todo coincidió. Estaba en Buenos Aires, podía quedarme hasta tarde para retoronar a Mar del Plata a la noche, y nos enteramos del show de Egle Martin en un concert de Palermo que siempre quise visitar.
Acomodados en una mesa en primera fila contemplábamos el pequeño escenario poblado por instrumentos. Al frente se ubicaba una mesa decorada con una miríada de pequeños instrumentos de percusión, que se convirtió en el púlpito desde donde Egle ejerció su oficio de gran artista. Todo irradiaba profesionalismo. La expresión, la interpretación, y hasta el funcionamiento de la banda acompañante tenía el toque de una calidad poco común. Rodeada de músicos muy jóvenes, fue desplegando su repertorio de corte afro-rioplatense, impregnado en todo momento por un gesto jazzero innegable. Salvo los inevitables bossa standard, casi todos los temas eran de su autoría, presentados por sus comentarios que sin pedantería, pero también sin falsa modestia, ilustraban momentos preciosos con los mayores referentes del jazz del siglo XX.
Así desfilaron Astor, Vinicius, Dizzy, Hermeto, en fin, el relato tenía cierto resplandor atemporal.
Tampoco faltaron referencias a nuestros valores folklóricos, con el nombre inperecedero de Adolfo Ábalos en primer lugar.
No se puede dejar de admirar la vigencia de una mujer que en su veteranía exuda feminidad, y que pese a sus limitaciones físicas, hace del movimiento mínimo una danza ilimitada. Me recordaba el caso de Merce Cuningham que podía hacer de un cuerpo agredido por el reumatismo, una herramienta de bellísima expresión.
Me queda la incógnita de su falta de proyección en la industria cultural, a la cual obviamente no hará concesiones, pero por el puro brillo de su talento debería hacer de ella una figura mucho mejor reconocida.
Esta vez todo coincidió. Estaba en Buenos Aires, podía quedarme hasta tarde para retoronar a Mar del Plata a la noche, y nos enteramos del show de Egle Martin en un concert de Palermo que siempre quise visitar.
Acomodados en una mesa en primera fila contemplábamos el pequeño escenario poblado por instrumentos. Al frente se ubicaba una mesa decorada con una miríada de pequeños instrumentos de percusión, que se convirtió en el púlpito desde donde Egle ejerció su oficio de gran artista. Todo irradiaba profesionalismo. La expresión, la interpretación, y hasta el funcionamiento de la banda acompañante tenía el toque de una calidad poco común. Rodeada de músicos muy jóvenes, fue desplegando su repertorio de corte afro-rioplatense, impregnado en todo momento por un gesto jazzero innegable. Salvo los inevitables bossa standard, casi todos los temas eran de su autoría, presentados por sus comentarios que sin pedantería, pero también sin falsa modestia, ilustraban momentos preciosos con los mayores referentes del jazz del siglo XX.
Así desfilaron Astor, Vinicius, Dizzy, Hermeto, en fin, el relato tenía cierto resplandor atemporal.
Tampoco faltaron referencias a nuestros valores folklóricos, con el nombre inperecedero de Adolfo Ábalos en primer lugar.
No se puede dejar de admirar la vigencia de una mujer que en su veteranía exuda feminidad, y que pese a sus limitaciones físicas, hace del movimiento mínimo una danza ilimitada. Me recordaba el caso de Merce Cuningham que podía hacer de un cuerpo agredido por el reumatismo, una herramienta de bellísima expresión.
Me queda la incógnita de su falta de proyección en la industria cultural, a la cual obviamente no hará concesiones, pero por el puro brillo de su talento debería hacer de ella una figura mucho mejor reconocida.
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