miércoles, mayo 14, 2008

Murió Don Adolfo. ¡Viva Don Adolfo!

Hace ya muchos años que Adolfo Ábalos fuera residente de Mar del Plata. Siempre fue una curiosidad que quisiera transladarse junto a su familia a un lugar periférico, siendo que sus intereses artísticos había que administrarlos en el maldito Gran Puerto. Hasta hace unos años era usual cruzarse con él, paseándose con su Nancy Gordillo. En muchas oportunidades, se lo veía sentado frente a algún escenario escuchando indulgentemente, mientras los jazzeros del pueblo desgranábamos nuestros intentos, plagados por nuestro bien intencionado amateurismo. Cada vez que lo veía intentaba acercarme y expresarle mi reconocimiento por una deuda cultural que creo que este país todavía no ha advertido. Me escuchaba, pero descartaba mi intento cortésmente, con el gesto casi frío de algún descendente de la nobleza rusa.
Es que mi deuda también es personal. Intentaba contarle que mi madre, formada en las escuelas de danza de Londres y Suiza, incorporaba la música de los Ábalos en las clases particulares que daba en su casa. Sucedía en Ranelagh, énclave de extranjeros en el sur bonoarense. Pero la inglesa, contrariando los reflejos gorilas de su entorno, no trepidaba en contar con la famosa edición de las 30 Danzas Argentinas que formaba parte de el material didáctico de la escuela argentina. En ella también alguna maestra me habría enseñado a bailar una chacarera. Y luego, a los 9 o 10 años, tuve el impacto de ver a los Ábalos desplegar su show al aire libre de una despoblada Santa Clara del Mar. Me parece que los árboles que sombreaban el patio de la Confitería del Viejo Contrabandista superaban en número al público asistente. Pero los rostros y los gestos de Machingo, Vitillo y Adolfo nunca se me borraron de la mente. Recuerdo esos zapateos, esas interjecciones, y esas chanzas familiares, que adornaban la inclusión en los números de sus hijos. Ahí seguramente habría visto a las Nancy y a Marina aún más jóvenes que yo, bailando y tocando bombo, quenas y sikus. ¿Por que será que no me acuerdo de los varoncitos? Será que mi incipiente erotismo se estaría conformando, acompañado del canto despojado, simple pero fundamental de esta familia santiagueña.
Muchos años después escuché en los relatos con que acompañaba sus espectáculos, que Adolfo conformaba con el Mono Villegas, y Horacio Salgán la cofradía de los FIJOS. Una troika poderosa que se enbanderaba con las insignias del Folklore, la Improvisación (¿o era la Imaginación?), el Jazz, la Objetividad, y el Surrealismo.
¿Quien puede dar cuenta de todas las marcas que nos determinan? - Al menos tengo la dicha de saber de los que les debo a los Hermanos Ábalos.

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