recientemente se produjo el reciente fallecimiento de Analía Cacciari, una de las concelebrantes de nuestra fiestita. La pérdida de ella se suma a las de otros dos fieles concurrentes, María Lozzi y Juan Lamarche. Prefiero ahora recordar la fecha en la soledad que me producen estas ausencias.
Una característica de nuestro Bloomsday criollo, era que los que podíamos, presentábamos un pequeño texto de nuestra autoría, sobre cualquier cosa que se nos ocurriera, sin necesariamente estar asociado al Ulises de Joyce.
De modo que se me ocurrió hacer el siguiente garabato.
Una de las facetas del Ulysses (lo escribo en el idioma del autor) es la de ser una reflexión sobre el tiempo. El relato de una eternidad en el lapso de una sola jornada, genera la vivencia de lo extratemporal, a la vez que potencia el valor del instante. A mis casi 80 años, me ocurrió algo que unió mi adolescencia con mi tiempo crepuscular. A los 16 años, movido por una extraña inquietud, pude ir solo a ver una película en una decadente sala de Berazategui, bastante lejana a mi casa de Ranelagh. Con el título ridículo de ”Un genio anda suelto” se trataba de la versión cinematográfica de “The Horse’s Mouth” una novela de Joyce Cary, publicada en 1948 (o sea dos años después de mi nacimiento). Estaba protagonizada por Alec Guinness. Al tiempo en que sufría tribulaciones en las clases de dibujo de la secundaria, ver esa película me permitió acceder a la comprensión de lo que se consideraba “arte moderno”. Muchos años después, viviendo en Londres, encontré el libro en un stand de segunda mano. Era una raída edición económica de Penguin, que debo haber comprado por monedas. Intenté leerlo en aquellos agitados días de nuestra vida en Inglaterra, pero debí abandonarlo por una mezcla de apuro y dificultad de entender sus múltiples palabras del argot proletario inglés. Para empezar, el título, que en castellano sería “La boca del caballo” se refiere a la expresión “straight from the horse´s mouth”, que significa saber la verdad de una fuente más que confiable, como saber directamente de la boca del caballo, quién ganaría en el hipódromo. El libro me siguió acompañando a la espera de ser leído hasta este año 2025, en Febrero, cuando por fin me dispuse a disfrutarlo. Se trata de un pintor desaforado, que en su compulsión a concretar su obra, se conduce de un modo frenético, hasta inescrupuloso.
El texto en primera persona también describe la mirada de un sujeto eidético que traduce todo lo que ve a su posible representación plástica. A la par de su hilaridad, se transforma en el testimonio de una tarea artística que se acerca asintóticamente a una verdad bien distinta a lo mundano. Es la búsqueda irrenunciable que también habita al autor del Ulises, a ese Joyce que no podía cesar de escribir. ¿La necesidad que no cesa de escribirse? Y algo de eso habita en este otro Joyce, Joyce Cary, coincidentemente también irlandés, que adoptó como su primer nombre el nombre de su madre, que a la postre también es un nombre femenino. Aunque Cary fue enviado a estudiar arte a Oxford y Edinburgo, para luego tener la carrera paradójica de militar, de donde emergió herido y
ganándose la vida como escritor. Murió de una enfermedad neurológica degenerativa, con una lapicera atada a su mano por sus hijos para que pudiera morir escribiendo.
Pero aquí, siguiendo el estilo de Berger, debería hacer una corta cita de ese capítulo. Pero ya me he extendido demasiado.