Decidí vencer mi pereza el viernes pasado para ir a ver a un grupo. Es que reunía a tres músicos en los que tengo particular interés. Voy a relatar mi experiencia, ejerciendo la función de crítico, que tanto he maldecido en entradas anteriores.
Tocaban en un ámbito que siempre pensé como interesante para hacer música, aunque nunca me molesté en tratar de armar algo ahí. La batería de luces y cierta ambientación sólo se establece en el ámbito teatral, contribuyó a generar un clima especial de recital. El trío desplegó un repertorio que combinaba algún standard con improvisación libre y algunos temas propios. Un mix que contribuía a generar una estética posmo con ribetes experimentales, pero que dejaba la impresión de un acto artístico de rara belleza. Recuerdo cuando Fermín Etcheveste vino un día a consultarme por sus inicios en la trompeta,....supongo que tendría 17 o 18 años. Eso parece haber sido ayer, aunque deben de haber pasado unos años...¿5?, ¿6?. Me daba curiosidad ver cómo podría haber evolucionado desde entonces. Me encontré con un músico que ya tiene un dominio interesante sobre su tono y registro. Toca en un estilo que para los viejos podría asociarse a Chet Baker, y que privilegia la musicalidad sobre la ruidosa estridencia que se suele asociar a la trompeta. Otra referencia más local es que creo advertir la mano quien lo ha iniciado, Gustavo Cortajerena. No lo he escuchado mucho a Gustavo, sobre todo últimamente, pero me parece que ése es su modo de entender la musicalidad. Es un mérito que Fermín haya logrado tanto dominio técnico sobre nuestro instrumento díscolo en tan poco tiempo. El efecto de su gesto es muy acertado dentro del paradigma que adoptan en el trío. Me parece que su crecimiento ahora pasaría por adquirir algo más de lenguaje armónico, y de incorporar en mayor medida un elemento con la que cuentan sus otros dos compañeros en grandes dosis: se trata del inefable "swing" jazzero, que aunque velado en la moda contemporánea, y expresado entre líneas, siempre debería estar ahí, agazapado. (Aquí caigo en la apreciación personal que tanto detesto cuando lo oigo en boca de otro).
Marina Mosenkis es una saxofonista que me impactó el día que la escuché con su grupo Karaboo en un festival en Villa Gessell hace unos años. Nuevamente, su gesto es suave y poco aparatoso, pero en su economía está su belleza. Su veta compositiva que va en paralelo con su modo de ejecución, creando una música que es sencilla pero que a la vez tiene un giro inusual. De Martín De Lassaletta he hablado muchas veces en el blog, pero esta vez, desde mi cómodo lugar de espectador, pude apreciar en su totalidad su fuerza rítmica y solidez armónica. En mi opinión, su antecedente como percusionista lo pone en una posición ventajosa a la hora de proveer un pulso vivo y sostenedor. Martín tiene el abordaje de un artista, pero complementado por sus recursos como instrumentista, aporta en dos direcciones: emulsiona el contexto de modo que hace brillar a sus compañeros, y por otro lado se convierte en una atracción solista.
Otra reflexión que me rondó al alejarme del espacio del Séptimo Círculo, es que muchas veces pensé en tratar de establecer un lugar donde se pudiera llevar adelante un ciclo permanente de jazz de orientación experimental, libre de las presiones de los boliches y lugares habituales. Me faltó energía y decisión hacerlo, pero sería buenísimo que los que quisieramos que tal lugar exista, nos juntásemos en un esfuerzo conjunto para crearlo.
Tocaban en un ámbito que siempre pensé como interesante para hacer música, aunque nunca me molesté en tratar de armar algo ahí. La batería de luces y cierta ambientación sólo se establece en el ámbito teatral, contribuyó a generar un clima especial de recital. El trío desplegó un repertorio que combinaba algún standard con improvisación libre y algunos temas propios. Un mix que contribuía a generar una estética posmo con ribetes experimentales, pero que dejaba la impresión de un acto artístico de rara belleza. Recuerdo cuando Fermín Etcheveste vino un día a consultarme por sus inicios en la trompeta,....supongo que tendría 17 o 18 años. Eso parece haber sido ayer, aunque deben de haber pasado unos años...¿5?, ¿6?. Me daba curiosidad ver cómo podría haber evolucionado desde entonces. Me encontré con un músico que ya tiene un dominio interesante sobre su tono y registro. Toca en un estilo que para los viejos podría asociarse a Chet Baker, y que privilegia la musicalidad sobre la ruidosa estridencia que se suele asociar a la trompeta. Otra referencia más local es que creo advertir la mano quien lo ha iniciado, Gustavo Cortajerena. No lo he escuchado mucho a Gustavo, sobre todo últimamente, pero me parece que ése es su modo de entender la musicalidad. Es un mérito que Fermín haya logrado tanto dominio técnico sobre nuestro instrumento díscolo en tan poco tiempo. El efecto de su gesto es muy acertado dentro del paradigma que adoptan en el trío. Me parece que su crecimiento ahora pasaría por adquirir algo más de lenguaje armónico, y de incorporar en mayor medida un elemento con la que cuentan sus otros dos compañeros en grandes dosis: se trata del inefable "swing" jazzero, que aunque velado en la moda contemporánea, y expresado entre líneas, siempre debería estar ahí, agazapado. (Aquí caigo en la apreciación personal que tanto detesto cuando lo oigo en boca de otro).
Marina Mosenkis es una saxofonista que me impactó el día que la escuché con su grupo Karaboo en un festival en Villa Gessell hace unos años. Nuevamente, su gesto es suave y poco aparatoso, pero en su economía está su belleza. Su veta compositiva que va en paralelo con su modo de ejecución, creando una música que es sencilla pero que a la vez tiene un giro inusual. De Martín De Lassaletta he hablado muchas veces en el blog, pero esta vez, desde mi cómodo lugar de espectador, pude apreciar en su totalidad su fuerza rítmica y solidez armónica. En mi opinión, su antecedente como percusionista lo pone en una posición ventajosa a la hora de proveer un pulso vivo y sostenedor. Martín tiene el abordaje de un artista, pero complementado por sus recursos como instrumentista, aporta en dos direcciones: emulsiona el contexto de modo que hace brillar a sus compañeros, y por otro lado se convierte en una atracción solista.
Otra reflexión que me rondó al alejarme del espacio del Séptimo Círculo, es que muchas veces pensé en tratar de establecer un lugar donde se pudiera llevar adelante un ciclo permanente de jazz de orientación experimental, libre de las presiones de los boliches y lugares habituales. Me faltó energía y decisión hacerlo, pero sería buenísimo que los que quisieramos que tal lugar exista, nos juntásemos en un esfuerzo conjunto para crearlo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario