En mi opinión es un aspecto fundamental del festival de Mar del Plata, pero bien podría ser de cualquier evento similar que pretenda tener repercusión en la comunidad en la que se realice. Sé que muchos músicos no lo consideran así, y aún más, lo evitan, en parte por no interesarles, pero también por considerarlo vulgar, poco profesional o "grasa".
Hay dos aspectos que considerar, su aspecto estético, y por otro, el promocional.
Comenzaré por este último: La presencia de los músicos en la calle siempre provoca una conmoción, y por ser un rasgo distintivo del festival, despierta la expectativa de la ciudad. Los medios siempre se hacen presentes (cosa que no ocurre con las conferencias de prensa). La difusión que se obtiene por las notas de tv y radiales hacen una difusión que sería imposible de financiar si se contrataran los mismos minutos de pautas comerciales. Dudo que la sala del Auditorium se pudiera llenar sin esta inyección propagandística. Puedan participar tocando o no, la presencia de cada músico con su instrumento agrega colorido a la ocasión.
Pero considero aún más importante algo más vinculado al espíritu del género. Y aquí mis afirmaciones son estrictamente personales. Hay algo que vincula la historia del jazz con su aspecto distintivo, sea cual fuere sus cambios en el tiempo. Se trata de la habilidad de improvisar espontáneamente junto con otros músicos con los que no hay necesariamente una historia en común. El repertorio de los viejos desfiles de New Orleans se ha perdido mayormente, pero se conservan una corta lista de temas que deberían formar el A,B,C, de todo músico que pretende dominar este idioma musical. Son extremadamente sencillos, pero es notable que algunos ejecutantes que abordan estilos muy sofisticados se pronuncien incapaces de frasear sobre estructuras de apenas tres acordes, aún cuando no se esté requiriendo precisión estilística. Dan ganas de decirles, "Man, ¡tocá lo que se te ocurra dentro del "arroz con leche", que nadie te va a pegar! - Para un jazzero que se precie de tal, ni siquiera debería ser necesario conocer los temas, basta con escuchar una sola vuelta para saber que pasa en ellas. Es el corazón mismo de la música que amamos, se toque tradicional o "way out". Y no conozco otros géneros que permitan este fenómeno de convocar en la calle a músicos que ni se conocen, para poder zapar juntos horas enteras. Seguramente nuestro folklore tenga la capacidad de juntar gente en tocadas espontáneas de las peñas, pero aquí estamos hablando de una masa de caños que hacen temblar los edificios, y altera violentamente la gris cotidianidad del centro urbano, cuando deambula en la aburrida rutina de la paseata dominguera.
Nunca me va a dejar de llamar la atención las expresiones de agradecimiento de la gente común, que se ve arrastrada por el fenómeno. La cara de los pibes al hombro de sus padres, y las nenas que se ponen espontánemente a bailar en el círculo de los músicos. El paisaje del público incluye a notables del pueblo con los indigentes que por un instante sienten un destello de entusiasmo.
Que nunca falte el parade, y preferentemente que sea de a pié, y marchando.
Hay dos aspectos que considerar, su aspecto estético, y por otro, el promocional.
Comenzaré por este último: La presencia de los músicos en la calle siempre provoca una conmoción, y por ser un rasgo distintivo del festival, despierta la expectativa de la ciudad. Los medios siempre se hacen presentes (cosa que no ocurre con las conferencias de prensa). La difusión que se obtiene por las notas de tv y radiales hacen una difusión que sería imposible de financiar si se contrataran los mismos minutos de pautas comerciales. Dudo que la sala del Auditorium se pudiera llenar sin esta inyección propagandística. Puedan participar tocando o no, la presencia de cada músico con su instrumento agrega colorido a la ocasión.
Pero considero aún más importante algo más vinculado al espíritu del género. Y aquí mis afirmaciones son estrictamente personales. Hay algo que vincula la historia del jazz con su aspecto distintivo, sea cual fuere sus cambios en el tiempo. Se trata de la habilidad de improvisar espontáneamente junto con otros músicos con los que no hay necesariamente una historia en común. El repertorio de los viejos desfiles de New Orleans se ha perdido mayormente, pero se conservan una corta lista de temas que deberían formar el A,B,C, de todo músico que pretende dominar este idioma musical. Son extremadamente sencillos, pero es notable que algunos ejecutantes que abordan estilos muy sofisticados se pronuncien incapaces de frasear sobre estructuras de apenas tres acordes, aún cuando no se esté requiriendo precisión estilística. Dan ganas de decirles, "Man, ¡tocá lo que se te ocurra dentro del "arroz con leche", que nadie te va a pegar! - Para un jazzero que se precie de tal, ni siquiera debería ser necesario conocer los temas, basta con escuchar una sola vuelta para saber que pasa en ellas. Es el corazón mismo de la música que amamos, se toque tradicional o "way out". Y no conozco otros géneros que permitan este fenómeno de convocar en la calle a músicos que ni se conocen, para poder zapar juntos horas enteras. Seguramente nuestro folklore tenga la capacidad de juntar gente en tocadas espontáneas de las peñas, pero aquí estamos hablando de una masa de caños que hacen temblar los edificios, y altera violentamente la gris cotidianidad del centro urbano, cuando deambula en la aburrida rutina de la paseata dominguera.
Nunca me va a dejar de llamar la atención las expresiones de agradecimiento de la gente común, que se ve arrastrada por el fenómeno. La cara de los pibes al hombro de sus padres, y las nenas que se ponen espontánemente a bailar en el círculo de los músicos. El paisaje del público incluye a notables del pueblo con los indigentes que por un instante sienten un destello de entusiasmo.
Que nunca falte el parade, y preferentemente que sea de a pié, y marchando.
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