No hace mucho, asistí a una jornada organizada por Osvaldo Picardo y Rafael Oteriño. La consigna de la reunión era tratar de situar el acto creativo, a partir de una comparación con la gastronomía. Se comparaba la cocina con la escritura, y la música. A tal fin integraban el panel un escritor (Carlos Aletto) y un músico (Nicolás Pasetti). Ellos debían dar cuenta de lo que los motivaba, en un caso, a escribir, y en el otro a componer. La hipótesis implícita era que había algo en común de estas empresas con el de cocinar. Sin embargo, no participaba ningún cocinero, lamentablemente.
Mientras escuchaba a los expositores pensaba que era casi una crueldad
pedirles que dieran cuenta de aquello que los llevaba a crear. Tratar de aislar
la clave de la creatividad pareciera tan difícil como descubrir el flogisto. Pero
mientras los escuchaba no podía dejar de hacer intentos propios de responder a
la pregunta “porqué y cómo se crea”, en la medida en que, en una minúscula
medida, he intentado producir algo con pretensiones artísticas.
Lo que sigue intenta reproducir algunos de mis devaneos, que obviamente me
distraían de lo que se estaba diciendo desde el panel. Es que algunas de sus
frases, o de los comentarios de los organizadores, me disparaban un hilo de
divagación.
Se escucharon las habituales referencias a la necesidad de expresarse, al
ejercicio de una libertad. a los referentes que avalan, lugares comunes de una
concepción romántica del quehacer artístico. Entre otras cosas, escuché que en
el acto creativo poco tenía que ver la búsqueda de reconocimiento o de fama
personal.
Pero tengo mis dudas sobre eso. Puedo fingir humildad, pero también
confieso que no me es indiferente que a alguien le interese lo que hago. Y si
tengo que confesarme, debo admitir que me preocupa aún más lo que piensan mis
colegas músicos sobre lo que hago.
Uno de los presentadores preguntó sobre la implicación del lenguaje en la
experiencia de los panelistas. Eso fue rápidamente tomado como un eje, obvio en
el caso de la poesía. No quedaba tan claro el caso de la música, sí se
considera a la música como algo extralingüístico. Pero con pensarlo un poquito
se ve que, más allá de que haya un lenguaje musical específico, lo lingüístico
se entrelaza en la composición, se trate de obras que tengan letra o no. La
combinación de las notas sigue una lógica que pertenece a un orden simbólico,
por el otro lado, aún en los intentos más vanguardistas de rompimiento con la
forma, la referencias al tesoro de lo previo son inevitables.
De ahí salen las mezclas que constituyen lo nuevo Esto podría emparentarse
si se quiere, con la cocina de autor. Donde también nace esa extraña compulsión
no sólo a hacerlo, sino a mostrarlo, a querer difundirlo.
¿De dónde sacará su fuerza esa obcecación? En el caso de la comida se puede
adivinar un motivo primrio poderoso: el hambre. O el apetito si no se quiere
ser tan crudo. Eso que hace que al menos tres veces, o cuatro al día queramos
volver a comer. Algo que nos pide el cuerpo.
Los creativos también hablan de una necesidad casi visceral de hacer lo
suyo. Como que no se podrían no hacerlo. Y aquí se podría cuestionar la función
del lenguaje si no fuera que hasta nuestra conducta alimenticia está guiada por
ella. Y desde los inicios, de cuando nuestras madres nos propusieron comer.
Pronto el mero reflejo se vio condicionado y moldeado por las palabras.
Pero hay un punto donde las palabras son insuficientes, o donde falta la
palabra. Hay aquello que nos vincula a lo que ya no tiene nombre, aunque haya
sido derivado de los nombres.
Algo que subyace a la producción, aun cuando no se lo puede identificar. El
escritor avanza guiado por algo que no sabe bien que es. El músico teje su paño
sin saber que prenda es la que va a terminar armando. ¿Y el pintor? Puede ser
que encare la tela con una idea de lo que quiere representar, ya sea un modelo
o un paisaje. Pero sospecho que también se desvía en la serendipia de lo que
surge mientras avanza, que pareciera ser conducido por algo que lo guía. En el
resultado a veces puede encontrarse con algo inesperado y desconcertante.
Estuve leyendo una cita de Sonny Rollins, donde hablaba de lo que le pasaba
cuando improvisaba. Decía algo así como que cuando lo hacía, abandonaba su ser
de tal modo que no necesitaba pensar en lo que estaba haciendo. Decía que
actuaba de acuerdo a su inconsciente (aunque usaba la palabra
“sub-conscious”. (Sonny es saxofonista,
no un teórico del psicoanálisis)
Ahora si doy un paso más en mi especulación, podría suponer que eso que
está en la raíz misma del empuje/tironeo del deseo de hacer obra, se
independiza del artista, y se ubica en una posición tal que actúa como causa.
De modo que desde ahí motiva, impulsa y genera algo que no viene autorizado desde
ningún lugar pre-establecido. A lo que se puede sumar estar en un ambiente que
no favorece ni facilita una acción creativa.
Es lo que nos que nos sucede en estos tiempos. Hay mucho olor a mierda en
Dinamarca. Y el tiempo está descoyuntado. Todo está dado vuelta de modo tal que
no sabemos bien donde estamos parados ni que irá a suceder. Sin embargo, la
gente sigue inventando cosas. Sigue habiendo gente que trabaja en los
comedores, y en el terreno de la cultura, no se detiene la producción. Quizás,
al contrario. Se dice que la creatividad florece en los períodos de catástrofe.
O quizás se podría pensar que es la respuesta posible que resguarda al que
tiene que atravesar la tormenta. Mientras lo rodea el desastre, se produce una
zona que no tiene vigencia el tiempo ni la muerte.
1 comentario:
Brillante aporte !! Abrazoo Esteban !!
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