martes, junio 18, 2024

Componer será como cocinar?

 No hace mucho, asistí a una jornada organizada por Osvaldo Picardo y Rafael Oteriño. La consigna de la reunión era tratar de situar el acto creativo, a partir de una comparación con la gastronomía.  Se comparaba la cocina con la escritura, y la música. A tal fin integraban el panel un escritor (Carlos Aletto) y un músico (Nicolás Pasetti). Ellos debían dar cuenta de lo que los motivaba, en un caso, a escribir, y en el otro a componer. La hipótesis implícita era que había algo en común de estas empresas con el de cocinar. Sin embargo, no participaba ningún cocinero, lamentablemente.

Mientras escuchaba a los expositores pensaba que era casi una crueldad pedirles que dieran cuenta de aquello que los llevaba a crear. Tratar de aislar la clave de la creatividad pareciera tan difícil como descubrir el flogisto. Pero mientras los escuchaba no podía dejar de hacer intentos propios de responder a la pregunta “porqué y cómo se crea”, en la medida en que, en una minúscula medida, he intentado producir algo con pretensiones artísticas.

Lo que sigue intenta reproducir algunos de mis devaneos, que obviamente me distraían de lo que se estaba diciendo desde el panel. Es que algunas de sus frases, o de los comentarios de los organizadores, me disparaban un hilo de divagación.

Se escucharon las habituales referencias a la necesidad de expresarse, al ejercicio de una libertad. a los referentes que avalan, lugares comunes de una concepción romántica del quehacer artístico. Entre otras cosas, escuché que en el acto creativo poco tenía que ver la búsqueda de reconocimiento o de fama personal.

Pero tengo mis dudas sobre eso. Puedo fingir humildad, pero también confieso que no me es indiferente que a alguien le interese lo que hago. Y si tengo que confesarme, debo admitir que me preocupa aún más lo que piensan mis colegas músicos sobre lo que hago.

Uno de los presentadores preguntó sobre la implicación del lenguaje en la experiencia de los panelistas. Eso fue rápidamente tomado como un eje, obvio en el caso de la poesía. No quedaba tan claro el caso de la música, sí se considera a la música como algo extralingüístico. Pero con pensarlo un poquito se ve que, más allá de que haya un lenguaje musical específico, lo lingüístico se entrelaza en la composición, se trate de obras que tengan letra o no. La combinación de las notas sigue una lógica que pertenece a un orden simbólico, por el otro lado, aún en los intentos más vanguardistas de rompimiento con la forma, la referencias al tesoro de lo previo son inevitables.

De ahí salen las mezclas que constituyen lo nuevo Esto podría emparentarse si se quiere, con la cocina de autor. Donde también nace esa extraña compulsión no sólo a hacerlo, sino a mostrarlo, a querer difundirlo.

¿De dónde sacará su fuerza esa obcecación? En el caso de la comida se puede adivinar un motivo primrio poderoso: el hambre. O el apetito si no se quiere ser tan crudo. Eso que hace que al menos tres veces, o cuatro al día queramos volver a comer. Algo que nos pide el cuerpo.

Los creativos también hablan de una necesidad casi visceral de hacer lo suyo. Como que no se podrían no hacerlo. Y aquí se podría cuestionar la función del lenguaje si no fuera que hasta nuestra conducta alimenticia está guiada por ella. Y desde los inicios, de cuando nuestras madres nos propusieron comer. Pronto el mero reflejo se vio condicionado y moldeado por las palabras.

Pero hay un punto donde las palabras son insuficientes, o donde falta la palabra. Hay aquello que nos vincula a lo que ya no tiene nombre, aunque haya sido derivado de los nombres.

Algo que subyace a la producción, aun cuando no se lo puede identificar. El escritor avanza guiado por algo que no sabe bien que es. El músico teje su paño sin saber que prenda es la que va a terminar armando. ¿Y el pintor? Puede ser que encare la tela con una idea de lo que quiere representar, ya sea un modelo o un paisaje. Pero sospecho que también se desvía en la serendipia de lo que surge mientras avanza, que pareciera ser conducido por algo que lo guía. En el resultado a veces puede encontrarse con algo inesperado y desconcertante. Estuve leyendo una cita de Sonny Rollins, donde hablaba de lo que le pasaba cuando improvisaba. Decía algo así como que cuando lo hacía, abandonaba su ser de tal modo que no necesitaba pensar en lo que estaba haciendo. Decía que actuaba de acuerdo a su inconsciente (aunque usaba la palabra “sub-conscious”.  (Sonny es saxofonista, no un teórico del psicoanálisis)

Ahora si doy un paso más en mi especulación, podría suponer que eso que está en la raíz misma del empuje/tironeo del deseo de hacer obra, se independiza del artista, y se ubica en una posición tal que actúa como causa. De modo que desde ahí motiva, impulsa y genera algo que no viene autorizado desde ningún lugar pre-establecido. A lo que se puede sumar estar en un ambiente que no favorece ni facilita una acción creativa.

Es lo que nos que nos sucede en estos tiempos. Hay mucho olor a mierda en Dinamarca. Y el tiempo está descoyuntado. Todo está dado vuelta de modo tal que no sabemos bien donde estamos parados ni que irá a suceder. Sin embargo, la gente sigue inventando cosas. Sigue habiendo gente que trabaja en los comedores, y en el terreno de la cultura, no se detiene la producción. Quizás, al contrario. Se dice que la creatividad florece en los períodos de catástrofe.

O quizás se podría pensar que es la respuesta posible que resguarda al que tiene que atravesar la tormenta. Mientras lo rodea el desastre, se produce una zona que no tiene vigencia el tiempo ni la muerte.