sábado, octubre 03, 2015

Jorge Costagliola R.I.P

Corría el año 1975, creo, porque todavía no había no se había desatado el funesto golpe del '76. Pero ya se respiraba el peligro. También la agitación, la ilusión de un cambio social radical, una obstinación pueril en un nuevo amanecer. También se mezclaba con la desilusión que resultaba de la derechización del peronismo, la juventud repudiada, Isabel, el Brujo, y sobre todo las acciones de la Triple A, que llevaba adelante sus amenazas, asesinatos y operaciones, presagiando las tareas de exterminio que perfeccionaron luego los "grupos de tareas" de la dictadura militar.
La divisoria de aguas ideológica era tremenda...mucho más urgente y lesiva que la pretendida "grieta" que se pretende instalar en la actualidad. Afectaba todas las actividades, y nuestro movimiento musical no era ajeno a las mismas tensiones.
Se presentó una disyuntiva en el seno de la Rambla Vieja Jazz Band. Había dos invitaciones. Una, a tocar para un centro de estudiantes universitario, y otra a viajar a Mendoza para participar de un festejo del Día de la Aeronáutica. En una votación torturante, se impuso la posición de no aceptar la invitación estudiantil, pero sí la de la convocatoria de los militares.  Creo que fuimos dos los que perdimos la votación: Juan Carlos Jáuregui y yo.  Juan Carlos anunció que no viajaría y que dejaba la banda. Yo estaba desgarrado por la situación. Había por un lado la cuestión de que musicalmente les quitaba la pelota al grupo si me ausentaba, y por el otro lado, tenía temor por quedar demasiado expuesto en mi disidencia. No era bueno tener verme tan claramente marcado por mi posición política. Resolví viajar, pero que a mi regreso me alejaría del grupo al que tanto le había dedicado.
Viajamos a Mendoza junto con los músicos del Mar del Plata Jazz Ensamble, constituyendo una delegación del jazz marplatense al que se agregó Jorge Costagliola, allegado a nuestro movimiento por asistir permanentemente a todas nuestras actividades.
Aquel viaje en un trepidante DC 3, ha sido mucho mejor narrado por Ferio Espinosa. La cosa es que finalmente quedamos alojados en un cuartel de la aeronáutica mendocina, donde algunos cometieron tropelías de dudoso gusto, sobre todo una que me implicó directamente. 
Hubo dos instigadores, a quienes no voy a nombrar ahora, que  inventaron con insidiosa eficacia la siguiente versión: yo habría viajado armado, con la intención de asesinar a Jorge en un acto de justicia revolucionaria. Lo absurdo de semejante dislate llegó a convencer al menos  al bueno del trombonista Eduardo Boni Burini, que me imploraba que desistiera de mi propósito. Recuerdo con remordimiento aquel momento en que me sumaba a la fábula grotesca, quizás creyendo que diluía mi supuesta filiación extremista si seguía la farsa, o peor, haciendo el repudiable gesto de congraciarme con los graciosos perversos que lideraban la horda. 

Hace una semana me alejaba del hospital donde Jorge agonizaba. Volvía a mi mente el recuerdo de mi estupidez. Nunca supe si lo había mortificado en aquel momento. Lo cierto es que luego nunca tuvo conmigo una conducta incorrecta, y siempre me prodigó su amabilidad. Si tuvimos discrepancias políticas, o aún, si las tuviéramos hoy en día, ninguna sería tan grave como para impedir nuestro respeto mutuo. Ocasionalmente intercambiábamos correos electrónicos, anunciado actividades, novedades del ambiente, etc.
Ya demasiado tarde, te pido perdón Jorge, y te doy las gracias por la bonhomía, de la que intentaré extraer enseñanza.


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