viernes, noviembre 14, 2008

Disfrute de su estupidez. Sea crítico de arte.

Una reciente presentación de la Gran Misa en Si menor de J.S Bach tuvo lugar en el Teatro Coliseo de Buenos Aires. Allí estuve, además de poder escuchar los ensayos del día anterior, y seguramente mis opiniones están un tanto distorsionadas por el hecho de que nuestro Valentin Garvie participaba como primera trompeta. Fue convocado por los promotores del concierto, una organización llamada La bella música, en razón de que la obra se realizaría con instrumentos de período, una tendencia que se está imponiendo en el mundo cuando se trata de obras antiguas, medievales y en particular, barrocas. Para el caso de la trompeta, el instrumento para el que escribía Bach es la llamada trompeta barroca, instrumento que ejecutaba su padre, en una época en que los trompetistas eran los "gordos" de un gremialismo que surgía con la aparición de las nuevas clases sociales post-feudales. En cierta medida se entiende la ascendencia que tenían los trompetistas en esa época, puesto que su sonoridad era requerida casi sin excepción para las obras tanto profanas como sagradas. También existiría cierta mística sobre la capacidad extraordinaria de estos instrumentistas, puesto que había que desarrollar una técnica endiablada para poder extraer de estos simples caños todas las notas de la escala musical.
Con unos pocos agujeros al modo de una flauta dulce, el instrumentista puede lograr un registro sorprendente, que excede la de los instrumentos modernos, haciendo uso de armónicos que pueden ser logrados gracias al escaso calibre del caño, y que los agujeros se sitúan en "nodos" donde se produce la milagrosa reverberación armónica. Pero el costo de esta flexibilidad es la de una imprevisibilidad endemoniada en el momento de ubicar la nota correcta, y un sonido un tanto nasal en comparación a los bronces de hoy en día, que debe ser compensado un un excelente tono de base por parte del ejecutante.
Se ha impuesto la enseñanza de la trompeta barroca en las academias prestigiosas de Europa, un especie de castigo que no entendí hasta escuchar este concierto, y de verlo a Valentín negociar los distintos pasajes que le exigía la partitura. Tanto en las obras de Bach como de Haendel, pueden escucharse que las intervenciones de la trompeta son adornadas por frecuentes trinos. Ese trino rápido y prolongado, que otros instrumentos resuelven con el revoloteo de una tecla, se logra con lo que constituye el ejercicio crítico de flexibilidad, que constituye la base sobre la que hoy se edifica la técnica de los trompetistas virtuosos modernos.
La Gran Misa compromete a muchos músicos especialistas, cantantes y solistas. Es un enorme edificio barroco, que interrelaciona en distintos planos a solistas instrumentales y vocales, un coro numeroso, al menos dos directores (de coro y general) organista, (bajo continuo), en fin ,
es una proeza de gestión en un país como el nuestro, por fuera de las instituciones estatales establecidas. Un ejemplo heroico que solo los criollos de acá somos capaces de emprender, y al concluir semejante logro, no pude hacer más que ponerme de pié y desgañitarme en gritos de entusiasmo.
El miércoles un diario nacional se dignó a hacer un comentario del concierto. Allí un señor Montero, describe la obra en términos generales para pasar a disminuir la labor de algunos de los cantantes (los supuestamente "no profesionales") y critica la labor del director, Andrés Gerszenzon, cuya batuta, si no recuerdo mal, califica de "imprecisa".
Pobre país. Encima que los que sus esforzados luchadores de la cultura deben fabricar milagros, vienen a ser cuestionados por gente que hace oficio de la ignorancia.